El otro lado del espejo... Es acá

Muchos años después de su aventura en el País de las Maravillas, la chica a la que llamaremos Alicia (pero podés ser vos, siempre acordate que podés ser vos) caminaba por la calle a las once de la noche. Salía de su sesión de psicoanálisis. La tercera de la semana, la veinteava del mes, la doscientos veinticuatro del año, la número mil quinientos de su vida.

"¿Mil quinientos ya?" Pensó Alicia y el pensamiento de que tal vez debería festejar fue velozmente suplantado por el severo rostro de su analista que le decía "cualquier tipo de emoción puede disparar los traumas, las alucinaciones comienzan de nuevo y entonces... ¿qué hacemos? ¿Derivamos a un psiquiatra?".

Alicia no quería tomar más pastillas, ahora, por fin tenía todo bajo control... Ya no soñaba con conejos con reloj, hombres de sombreros gigantes y reinas decapitadoras. Ya ni siquiera soñaba con gatos. Ni siquiera con ese gato.

Entonces escuchó un sonido, algo como una aguda risita a sus espaldas y, al girar, levantó la vista. Cuando vio desde cierto ángulo el farol que colgaba sobre ella lanzó un grito. La que flotaba en la oscuridad era la sonrisa del gato, de ESE gato.

Ahora Alicia ya no habla con nadie. Sabe que una vez que se entra, no se puede escapar del País de las Maravillas.