Pesadilla antes de navidad

Ya sé que no es lo mismo que voy a comer en Navidad. Digo, falta el mondongo, nadie hizo huevo frito en morrón, kniches de dulce de leche, camembert on the rocks, tacos al pastor, cordero a la cruz, papas fritas, ñoquis, ni tampoco el infaltable y tradicional pez espada a la manteca negra con una suave capa de bondiola caramelizada. Pero bueno, por lo menos sirve como ensayo.
El asunto es que la cena me cayó pesada y esa noche cuando dormí se me aparecieron los tres fantasmas de la Navidad para advertirme sobre mis pecados.
Primero fue Curly, el fantasma de la Navidad pasada. Me hizo un piquete de ojos y pude ver como el año pasado me reí en la cara del pequeño Timmy cuando, con su muleta, vino a pedirme algo de comida luego de hacer malabares en la esquina de Coronel Diaz y Santa Fe. Tiró las pelotitas al aire, se le cayeron porque tenía las manos en las muletas y yo me reía, me reía. Cuando me pidió comida, le dije que para ver semejante actuación ni hubiera pagado la entrada del circo Rodas y que él tenía que pagarme a mí porque yo era un buen ciudadano que pagaba mis impuestos y esa calle era mía y él no podía sacar provecho de eso sin devolvernos algo. Me dio los dos pesos que tenía en sus bolsillos, cuando aceleré le pisé el pie sano y me fui. Al final de la visión, Curly me ladraba.
Luego vino Larry, el fantasma de la Navidad presente. se retorció los cabellos y me mostró cómo, días atrás había despedido a tres empleados. Por supuesto, había plantado antes pornografía en sus computadoras y droga en sus escritorios para no tener que pagarles indemnización. Con uno me emocioné demasiado y ahora le levantaron cargos por tenencia con intenciones de vender. Mientras tanto recibía un cargamento de cocaína que me asegura que yo y mi cerrado círculo de amigos tendremos una blanca, blanca Navidad. La mirada reprobadora de Larry no me afectó demasiado.
Por último se me acercó Moe, fantasma de la Navidad futura. Me pegó en la frente con el puño, cuando logré enfocar la vista vi mi futuro, el horrendo castigo por mis crímenes. Pude ver con la claridad de los iluminados los titulares que anunciaban la elección que, con éxito, había ganado para ingresar al Congreso. Moe, luego, de una palmada en la nuca, se desvaneció en el aire.
Desperté gritando.
Seguro que los cornalitos me cayeron mal.